¿Dónde arrancamos? El mensaje se cuela en el grupo de WhatsApp el viernes al mediodía. Martina (17 años) es la primera en responder: “mi casa, o en la de Juano. Sus viejos el otro día dejaron que fuéramos a tomar”. “Pero los tuyos tienen más onda”, responde otro de los integrantes de “Bariloche 2017”.

Martina acaba de salir de la escuela ubicada a pocos metros de la plaza Urquiza. Es alta, morocha, delgada. “No te voy a mentir. Desde hace tiempo nos juntamos con amigos en mi casa a hacer la previa del boliche. No es que mis viejos sean buena onda; prefieren que estemos ahí y no en la calle, exponiéndonos a que nos asalten o nos pase algo. Así arrancamos. Cada uno lleva algo para tomar. Cuando se termina, nos vamos a bailar. Y ya no tomamos más. Si alguno del grupo está muy mal, lo cuidamos”, relata la joven. Presume de su astucia cuando habla de cómo consigue comprar alcohol siendo menor de edad. “Voy a la siesta al almacén del barrio; digo que es para mi papá”, cuenta.

A su lado está Germán (16 años), que se declara fanático del energizante con vodka. “Las dos cosas las compro sin problemas en un drugstore de la zona. ¿Usted se va a creer eso de que no venden a los menores? ¿Sabe en qué país vivimos? Lo único que me pide el señor que está en la caja es que guarde la botella en la mochila y no la saque en la puerta”, explica Germán.

Sus padres saben que toman alcohol. No se lo prohíben. Al contrario, les dicen que lo hagan, pero con moderación. Y que si alguna vez se embriagan, no duden en llamarlos. Más de uno, de esos que los propios chicos suelen definir como “compinches”, les permiten a los jóvenes hacer las previas en su propia casa.

Graciela Soto (42) asegura que ella no ofrece su vivienda porque quiera hacerse la madre “canchera”. Es peluquera y vive en un barrio al oeste de la capital. Tiene dos hijos, de 17 y 18 años. Según ella, dejarlos hacer la previa en la galería de su vivienda es una cuestión de seguridad. “Es más, muchas veces, la previa se extiende y ya no salen a bailar. Para mí, eso es mejor. Aparte, estoy convencida de que igual, les prohíba o no, van a hacerlo. El tema de las previas y el alcohol está totalmente instalado. Peor si lo hacen en la calle, sin ningún tipo de control”, evalúa.

La opinión de Soto no parece ser algo aislado. Según un estudio de la Universidad Abierta Interamericana (UAI) sobre el consumo de alcohol en los jóvenes, cinco de cada 10 padres aprueban que sus hijos se reúnan con amigos y hagan una previa o “preboliche”. Inclusive, el 20% de los consultados, en su mayoría mujeres mayores de 50 años, les facilitan el alcohol bajo el argumento de que prefieren que tomen lo que ellos les dan antes de que los adolescentes decidan según su criterio.

El estudio de la UAI mostró que los adolescentes beben para desinhibirse, para relacionarse con los demás y porque la mayoría de sus amigos también lo hace. Cuando les consultaron a los padres cuál es el principal objetivo de las previas, el 80% coincidió: “Se juntan para tomar alcohol”. Muchas veces ni siquiera terminan en el boliche, aclararon. Por otro lado, nueve de cada 10 padres vincula la ingesta de alcohol con la violencia que se genera entre los jóvenes en las salidas nocturnas

“Es algo que vemos con frecuencia quienes trabajamos con este tema. Salta en las charlas que doy en colegios y escuelas, en las que se ve claramente que los padres naturalizan el consumo de alcohol entre los jóvenes. Lo paradójico es que piensan que es un problema grave, dicen que los chicos están tomando mucho. Pero cuando les pido que levanten la mano los que sospechan que sus hijos han tomado de más alguna vez, solo dos o tres se atreven a reconocerlo”, explica Gustavo Marangoni, psiquiatra experto en adicciones.

En los talleres de prevención no son pocos los jóvenes que reconocen el consumo de alcohol como una situación riesgosa, pero a pesar de eso manifiestan que van a continuar haciéndolo. “Está instalado. Es la manera en la que se divierten. No estoy de acuerdo en que los padres faciliten esto, ni siquiera en forma controlada, porque de cualquier manera están favoreciendo los daños físicos que genera el alcohol, sumados a todos los peligros que trae aparejado su consumo”, expresa.

Según una investigación publicada este año por el Instituto para la Medición y Evaluación de la Salud (IHME) de la Universidad de Washington (Seattle, Estados Unidos), en Argentina el alcohol es el primer factor de riesgo de muerte entre 15 y 19 años, y está asociado a más de 200 enfermedades. Además, aparece en la mayoría de las causas de fallecimiento entre los 15 y los 24 años.

A esa edad, los argentinos se mueren principalmente en accidentes de tránsito, suicidios y hechos de violencia, en ese orden. Es lo que en medicina llaman “causas externas” y la mayoría de los casos son prevenibles.

El “pozo negro”

Los chicos empiezan con previas entre los 12 y 14 años. Lo que definen como un momento de diversión y encuentro con amigos es para las autoridades el verdadero “pozo negro” de los controles. Daniel Sosa Piñeiro, titular del IPLA, sostuvo que las reuniones que los padres autorizan en las casas para que sus hijos beban con amigos son un gran obstáculo.

“Están fuera de nuestro alcance y son un problema. Cuando vamos a los boliches en el marco de la campaña “Activá tu control” notamos que los chicos ya vienen alcoholizados de las previas. Muchos padres dicen que los dejan beber en casa para poder controlarlos. Pero no hay un control; vemos muchos casos de jóvenes totalmente borrachos cada fin de semana”, resaltó el funcionario.

Por eso desde el IPLA insisten en profundizar los controles para que no les vendan alcohol a los menores. En promedio, cada fin de semana sancionan a 60 propietarios de estos negocios. Las multan pueden llegar a $ 20.000.

“Hay 9.000 locales de expendio de alcohol en la provincia. Para nosotros es humanamente imposible tener un inspector en cada uno de ellos. Hacemos operativos sorpresa. Los comerciantes especulan. Lamentablemente, en el comerciante prima su interés económico por sobre la salud de los menores”, concluye.


PUNTO DE VISTA I

Un ritual y una negociación

DR. RAMIRO HERNÁNDEZ / Especialista en Drogadependencias - Director del PUNA

El alcohol es uno de los temas prioritarios para la prevención, ya que se trata de la sustancia psicoactiva de mayor consumo entre los adolescentes y también la que registra inicio a edades más tempranas. Además los jóvenes no la consideran una droga y les restan importancia a sus efectos. 

Hoy sabemos que el consumo de alcohol en los adolescentes afecta de forma negativa sus funciones neurocognitivas, como por ejemplo, la capacidad de estudiar y de obtener buenos resultados en los exámenes. 

Debido a que la adolescencia es una etapa muy importante para el desarrollo cerebral, el consumo de alcohol puede tener efectos negativos a largo plazo en su vida adulta.

Pero el alcohol no es el único problema: ahora viene acompañado del consumo de energizantes. Un estudio de la Sedronar señala que por abajo de los 14 años las bebidas energizantes (estimulantes de venta libre) se transformaron en la sustancia psicoactiva más consumida “alguna vez en la vida”. Las bebidas estimulantes se combinan con las bebidas alcohólicas, que son depresoras, y cada una de ellas obtura los síntomas de intoxicación. Por esa razón, se llega a situaciones de intoxicaciones más severas mediante la combinación de ambas sustancias.

La llamada “previa” se volvió un ritual entre adolescentes. Ante esta situación, los padres se encuentran hoy ante un desafío comprendido entre posicionarse como facilitadores y reproductores de un discurso habilitador y permisivo, en el cual su rol paterno entra en crisis, o adoptar una posición prohibitiva. Colocarse en un lugar intermedio sería la opción más indicada; sin embargo, es la que suscita un trabajo mayor, que implicaría negociar. Permitir la realización de una “previa” en el hogar -como un gran porcentaje de las familiar argentinas permite en la actualidad- no implica que no exista ningún adulto responsable y esto también forma parte de la negociación. Debemos lograr entender a los adolescentes, sus conductas y sus necesidades haciendo el ejercicio de ponernos en su lugar pero sin corrernos de nuestro rol; ahí estaría el equilibrio. 

Poder acercarnos día a día a los adolescentes y comunicarnos con ellos, fortaleciendo el vínculo, se constituirá en el pilar fundamental para poder abordar con ellos estos temas que ya se encuentran instalados y naturalizadas en nuestra sociedad y que debemos, como padres y también como ciudadanos, cuestionar, desnaturalizar y problematizar.

PUNTO DE VISTA II

El dilema de los padres es el límite

LIC. FERNANDO PAROLO / Psicólogo

Los tiempos que corren (literalmente) construyen nuevos imperativos a vivir el momento. La pregunta de la época, decía el psicoanalista J. Alain Miller, es “¿que vas a hacer hoy para gozar más?” En este contexto socio-cultural surgen “las previas” como nuevas formas de encuentro, marcadas por una doble lógica: la de extender el disfrute, y la del mercado: “el consumo de bebidas en el boliche es muy caro” (dicen los jóvenes). Las previas permiten “encender motores” y no se concibe previa sin alcohol. Como señalamos cuando hablamos de consumo de drogas (y el alcohol es la principal droga de consumo legal en el país), el problema no es la sustancia, sino la relación con ella. El problema no son las previas (como no son los autos en los accidentes de tránsito), sino el exceso. Aquí radica el debate, pues para gozar más hay un empuje del Otro (cultura, mercado, medios masivos) al exceso. Previas con bebidas blancas y exceso de alcohol (antes eran cervezas o vino sin previas) construyen el escenario de la diversión, lo nuevo aceptado, videado y subido en toda red social que necesita mostrar al otro cómo se está gozando. Y cierto exceso aquí es tolerado y hasta buscado (“que noche loca, recuerdo la mitad”). El problema surge cuando el “exceso se excede”. Una cosa es subir a Instagram imágenes de chicos y chicas riendo, mareados, cantando “borrachitos”; otra, inconscientes. El consumo excesivo quiebra el lazo social, y cuando la previa se pasa del límite tampoco hay boliche ni diversión. Una joven desmayada, un chico vomitando en el fondo de una casa prestada, peleas sinsentido: la magia se acabó y lo que debía ser encuentro para la diversión se convirtió en escenas patéticas de desaparición del sujeto: hay sólo cuerpos inconscientes que ya no hablan ni seducen. La búsqueda de un goce sin fin ha perdido al sujeto. 

El dilema de padres, frente a esto, es el dilema del límite: ¿hasta dónde prohibir? La función de padres y madres es siempre, al menos, doble: prohibición y promesa. Cuando el límite no está incorporado en un joven-adolescente que se acerca a la vida adulta y sexuada, es porque algo de la inscripción de la promesa (que compensa la frustración de lo prohibido) ha fallado. Los padres, también tomados por esta cultura del empuje al exceso del consumo, somos llamados a plantar mojones, espacios, tiempos... y marcar el terreno. El dilema no es “previa si o no”. La pregunta es ¿de qué previa estamos hablando? ¿Qué tiempo, cuánta bebida? Se trata quizás de hablar, consensuar, disuadir, negociar la prohibición y la promesa y, por supuesto, de “no dormirnos”. O al menos, como decía una madre preocupada por su hija adolescente, “dormir con un ojo abierto”. Muchas veces, ser padre no es cómodo.